miércoles, 5 de septiembre de 2012


 Camino formativo 2011-2012

4. El cuadro de María Auxiliadora (don Pierluigi Cameroni)

La Auxiliadora en el Palacio Madama – En la primera reunión con el pintor Lorenzone, que debía pintar el cuadro para la nueva Iglesia de María Auxiliadora, dejó maravillados a todos los presentes con la grandiosidad de sus ideas. Expresó así su pensamiento: “En lo alto, María Santísima entre los coros angélicos; en torno a Ella y más cerca los apóstoles, después los mártires, los profetas, las vírgenes y los confesores. En tierra, los emblemas de las grandes victorias de María y los pueblos de las distintas partes del mundo con las manos levantadas pidiendo auxilio”. Hablaba como de algo ya visto por él y precisaba todos los detalles. Lorenzone lo escuchaba sin perder sílaba. Cuando D. Bosco terminó, le preguntó: -“¿Y dónde pondrá ese cuadro?” -“¡En la nueva iglesia!” -“¿Cree Vd. que cabrá en ella?” -“¿Por qué no?” -“¿Y dónde encontrará la sala para pintarlo?”- “Eso va por cuenta del pintor” -“¿Dónde quiere que halle un espacio capaz para este cuadro? Haria falta toda la plaza Castillo. Salvo que pretenda una miniatura para mirarla apor el microscopio”. Todos rieron. El pintor demostró su punto de vista, teniendo en cuenta las medidas y reglas de la proporción. D. Bosco quedó un poco contariado, pero no tuvo más remedio que reconocer que el pintor llevaba razón. Se decidió que el cuadro llevara solamente la Virgen, los apóstoles, los evangelistas y algunos ángeles en la parte superior. Al pie del mismo, bajo la gloria de la Virgen, iría el Oratorio. Se alquiló un amplísimo salón del palacio Madama y el pintor empezó inmediatamente su trabajo; este le ocuparía casi tres años. “Cierto día –cuenta un sacerdoe del Oratorio – entré en el estudio del pintor para ver el cuadro. Era la primera vez que yo me tropezaba con Lorenzone. Estaba él sobre una escalerilla dando los últimos toques al rostro de la imagen de la Virgen. No se volvió al ruido de mi entrada, continuó su trabajo. Después de un rato descendió y se puso a contemplar el efecto que daban los últimos retoques. De pronto se percató de mi presencia: me agarró de un brazo y me llevó a un punto desde donde pudiera apreciar mejor el cuadro y, una vez alli, me dijo: -¡Mire qué hermosa es! No es obra mía; no soy yo quien pinta, hay otra mano que guia la mía. Y esta, a mi parecer, pertenece al Oratorio. Diga, pues, a D. Bosco que el cuadro saldrá como él lo quiere. Estaba locamente entusiasmado. Después se puso nuevamente a su trabajo”. Cuando se llevó el cuadro a la iglesia y se colocó en su lugar, Lorenzone cayó de rodillas derramando abundantes lágrimas. (MBe VIII, 17-18)
Descripción hecha por D. Bosco - “ Pero el monumento más glorioso de esta iglesia es el retablo, o sea, el gran cuadro que domina el altar mayor. Es también obra de Lorenzone. Tiene más de siete metros de alto por cuatro de ancho. Se presenta a la vista como una aparición de María Auxiliadora de la siguiente manera: la Virgen campea en un mar de luces y majestad, puesta sobre un trono de nubes. La cubre un manto sostenido por un grupo de ángeles, los cuales, formando una corona a su alrededor, le rinden honores como a su Reina. Con la derecha sostiene el cetro, que es símbolo de su poder, como aludiendo a las palabars dichas por Ella en el Evangelio: Fecit mihi magna qui potens est. En la mano izquierda sostiene al Niño, que tiene los brazos abiertos, ofreciendo así sus dones y su misericordia a todo el que recurra a su augusta Madre. En la cabeza tiene la diadema, es decir, la corona con la que es proclamada Reina del cielo y tierra. De la parte de arriba sale un rayo de luz celestial que, desde el ojo de Dios, va a posarse en la cabeza de María. En él están escritas estas palabras: “virtus altissimi obumbrabit tibi” (“El poder del Altísimo te cubrirá con su sombra”, es decir, te cubrirá y fortalecerá). Por la parte superior del otro lado bajan otros rayos que parten de la paloma (Espíritu Santo) y van a posarse también en la cabeza de María, teniendo en medio estas palabras: “Ave gratia plena”: (“Dios te salve, María, la llena de gracia”). Este fue el saludo dirigido a María por el arcángel S. Gabriel cuando, en nombre de Dios, le anunció que iba a ser Madre del Salvador. Más abajo están los santos Apóstoles y los evangelistas san Lucas y san Marcos en tamaño un poco mayor que el natural. Aparecen como transportados por un dulce éxtasis exclamando: “Regina Apostolorum, ora pro nobis” y mirando atónitos a la Virgen,que aparece majestuosa sobre las nubes. Finalmente, en el fondo del cuadro aparece la ciudad de Turín con otros devotos, que agradecen a la Virgen los favores recibidos y le suplican que siga mostrándose Madre de misericordia en los graves peligros de la vida presente. En general, el trabajo está bien claro, proporcionado, natural, pero el mérito que nunca perderá es la idea religiosa que produce una imprsión devota en el corazón de todo el que lo admira. (G. BOSCO, Maravillas de la Madre de Dios, Auxiliadora de los cristianos. 1990, p. 73-74).
 
 
 
 
 
 
Lectura del cuadro. La fama de Tomás Andrés Lorenzone (1824-1902) va unida sobre todo al cuadro de la Auxiliadora, dominado por la figura de la Virgen que tiene en brazos al Niño. María se nos presenta de pie, no sentada, como ordinariamente se la representa en los cuadros, como Madre-Reina que presenta al Niño para su adoración. Lorenzo, la presenta de otro modo: María, de pie, en posición vertical. Esta “verticalidad dominante”, es un símbolo mariano relativo a los elementos mesianicos y celestes, referidos a la Inmaculada y a la Madre de Dios: luna, estrella, aurora, trono, lugar elevado y santo, torre de David. La verticalidad expresa así la ascensión hacia la esferra divina, en la que la criatura es consagrada a Dios. No por casualidad, la cabeza de María está realzada por la corona. Solo que en nuestro cuadro se da una doble coronación: la corona de estrellas y la diadema real.
Las estrellas indican la cercanía a la divinidad
, y ya se usaban en las antiguas civilizaciones, en Egipto y en Mesopotamia, precisamente por la fascinación misteriora que de ellas brota y por el grandioso testimonio que dan de su Creador, por la belleza y la insodable armonía del universo, indicando, además, la sabiduría y la perfección (Dn 12,3). Pero la referencia más célebre a las estrellas colocadas en la cabeza de una mujer, la encontramos en el Apocalipsis: “Un gran signo apareció en el cielo: una mujer vestida de sol, y la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas sobre su cabeza” (Ap 12,1). De estas doce estrellas se dan algunas posibles interpretaciones. Pueden indicar las doce tribus de Israel, o los doce Apóstoles, con el signifiado de la totalidad de los redimidos que hacen corona a la mujer; o los doce signos del zodíaco, símbolo de la perfección del cosmos que gira alrededor de la mujer. En nuestro cuadro las estrellas tienen seis puntas. Este es un atributo mariano, inspirado en los sarcófagos de los cristianos de los primeros siglos. La estrella de seis puntas, que ya era símbolo de la casa de David de la que desciende el Mesías, nos remite al misterio de la Encarnación, también por estar formada por la intersección de dos triángulos: en la antigüedad era considerada como símbolo de María lugar de encuentro entre el Cielo y la Tierra. Aunque poco visibles, en la imagen ideada por D. Bosco, las doce estrellas son un dettale que no hay que pasar por alto, porque es cuanto queda de la iconografía de la Inmaculada; en este símbolo el santo quiso recoger probablemente la espiritualidad unida al dogna recientemente promulgado que, además de ser caracterísico del tiempo, lo sentía profundamente. Él siempre propuso tanto la espiritualidad de la Auxiliadora como la de la Inmaculada, incluso superponiéndolas.
Otros signos presentes en el cuadro son la corona de oro y el cetro que indican la soberanía.
La corona ha adquirido a lo largo de los siglos un intenso potencial simbólico, convirtiéndose en atributo del soberano, imagen del pueblo entero y por tanto, tesoro por excelencia. Existían diversos tipos de coronas, todas ellas signo de dignidad y prestigio. Por lo que se refiere al rito de coronar a María, aun encontrando su arquetipo bíblico en la coronación de la reina Ester (Est. 2,18-18) es, sobre todo, una tradición cristiana de los primeros siglos, unida al dogma de María Madre de Dios, declarado en el Concilio de Éfeso en el año 431. La corona y el cetro pertenecían al tipo Maríano de la “Basilisa”, la emperadora de Oriente, representada así también por los occidentales. María es presentada como una reina adornada con los símbolos del poder: vestida suntuosamente, ccoronada, con el cetro, seemejante en todo en el vestido y en las joyas a una soberana del mundo. En Roma, Santa María Antigua, en el año 550, se encuentra un fresco en el que los arcángeles Miguel y Gabriel, presentan una corona y un cetro a la Virgen. No fue, pues, nueva la idea representada en las estatuas de los pináculos de la Basílica de Valdocco, en los que Gabriel, desde el de la derecha, ofrece a la Virgen de la cúpula una corona de laurel, mientras Miguel, desde la izquierda, levanta hacia ella el asta que despliega la bandera de la victoria. Tanto la corona de María como la del Niño son rematadas en el centro por una estrella. María es la Stella Maris, la estrella del mar que guía a los navegantes, y en este sentido, María es quien nos guía al puerto seguro. Referida a Cristo, la estrella significa divinidad y cumplimiento de la salvación porque Jesús es la “estrella de la mañana”, el sol que nace por el oriente llevando la esperanza de un nuevo día (Ap 22,16; 2 Pt 1,19).
También el precioso cetro, es una insignia de poder y de gobierno.
La simbología del cetro unida al juicio y a la investidura de los soberanos es amplísima y transversal en las diversas épocas y culturas, pero siempre se refiere a un poder efectivo. Es el instrumento mediante el cual aquello que se decreta se hace operativo (Es 4,17-20). Este sentido activo del signo, símbolo de quien realiza una obra, adquiere un particular significado en la iconografía de la Auxiliadora, que se manifiesta como reina que actúa concretamente en favor de su pueblo. En el cuadro, pues, no aparece una Virgen estática y fija, sino llena de poder, como Aquella que está pronta a actuar, y encaja perfectamente en la espiritualidad de D. Bosco y en su idea de la Virgen como Madre que guía, protege y hasta combate por sus hijos, junto a los que siempre está presente (Paola Farioli, en la revista "María Ausiliatrice", mayo 2003).
La colocación de una referencia topográfica, en la parte baja de la composición ( en este caso el edificio del Oratorio), es un recurso grato a Lorenzone que lo utilizará también en el cuadro de S. José. D. Bosco, sobre su obra de Valdocco, tenía la “convicción de una protección particular de Dios en favor de la salvación de los jóvenes” (P. BRAIDO, Don Bosco prete dei giovani nel secolo delle libertà, Roma 2003, p. 13). No ya, pues, los “emblemas de las grandes victorias de María y de los pueblos (...) en actitud de levantar las manos”, sino el Oratorio y en él la muchedumbre de jóvenes asistidos, como poniendo el acento en el hecho de que la obra por él iniciada era una victoria de María y los jóvenes asistidos hacían las veces de “los pueblos de las diversas partes del mundo”.
Lectura actualizadora: El lienzo del ábside con la bellísima imagen de la Virgen representa tanto la eclesiología como la mariología de D. Bosco: María es figura de la Iglesia, madre y modelo de ella, donde el rostro de la Madre es igual al rostro del Hijo, y donde ella aparece sostenida por Pedro y Pablo, y rodeada por los apóstoles y evangelistas. En una palabra: una Iglesia apostólica y misionera. La Virgen de D. Bosco es una reina, sí, coronada de doce estrellas y vestida de sol, como la mujer signo del Apocalipsis, aunque no preparada para abatir a sus enemigos, sino amorosa, providente, con los brazos abiertos para proponer y ofrecer a su Hijo. El Hijo, por su parte, según las palabras de D. Bosco, “tiene los brazos abiertos, ofreciendo así sus gracias y su misericordia a quien recurre a su Augusta Madre. La Virgen de D. Bosco “está vestida de sol”, llena de poder, por estar inmersa en aquel mar de luz que es Dios, inmersa en el misterio de la Trinidad, que ilumina su persona y su misión. Así es como la quería D. Bosco, y así logró pintarla en el lienzo Lorenzone, que lleno de emoción exclamó: “ No soy yo quien pinto, es otra mano la que guía la mía”. La Virgen de D. Bosco es imagen de la Iglesia, la celeste que celebra ya las Bodas del Cordero, y la terrestre que peregrina en este mundo, inmersa por tanto, en el misterio de Dios y envuelta en su luz, pero presente en nuestras vicisitudes históricas, atenta a nuestras necesidades, presente y viva en nuestras familias, como en todas las casas salesianas, idealmente representadas en la Iglesia de Valdocco, que aparece en la parte inferior del cuadro. He aquí la gran intuición que D. Bosco, que ha unido el título de María Auxiliadora y Madre de la Iglesia, situando el rol propio de Virgen en el corazón de la misión de la Iglesia, que protege bajo su manto a todos sus fieles, los nutre y los hace madurar hasta la plenitud de vida en Cristo. Esto era lo que D.Bosco quería ofrecer a sus muchachos en un momento de profundos cambios de época, caracterizados por la nueva situación social y política, por el paso de una sociedad agrícola de tipo patriarcal a una sociedad nueva, lanzada a un proceso de industrialización, que transformó gradualmene el orden social: la estructura familiar, el modo de procurarse los recursos para la vida, y en la que, como siempre, los jóvenes eran quienes más sufrían las consecuencias, quedando en la ruina y expuestos a la perdición. Hoy como ayer, hoy como en los tiempos de D. Bosco, los profundos cambios sociales y culturales en curso están teniendo un enorme impacto en la estructura familiar, en el tejido social, en la concepción de la vida. La Iglesia, y la Familia Salesiana en ella, está llamada a proponer y a ofrecer a Jesús y su evangelio como lo hace María. Como D. Bosco, nosotros miembros de la Familia Salesiana, renovamos nuestra vocación en la Iglesia de “pastores de los jóvenes” con la misión de conducirlos a Cristo, el único que no defrauda sus aspiraciones más profundas y apaga su hambre y sed de vida, de felicidad y de amor. En la realización de esta misión no estamos solos. María nos ha sido dada como auxilio poderoso contra el mal en la lucha por la salvación de los jóvenes, Auxiliadora que cuida con amor de madre a todos aquellos que se encuentran atravesando ese mundo oscuro representado a sus pies”. (Pascual Chávez V., Ciudad de Mexico, 17 agosto 2007, V Congreso Internacional de María Auxiliadora).


Oración ante el cuadro de María Auxiliadora
¡Oh, María Auxiliadora,
Tu,que inmersa en el mar de luz de la Trinidad y sentada en un trono de nubes,
coronada de estrellas como Reina del cielo y de la tierra,
sostienes al Niño, Hijo de Dios,
que con los brazos abiertos ofrece sus gracias a quien viene a ti!
Tú, te encuentras circundada como corona humana
por Pedro, Pablo, Apóstoles y Evangelistas,
que te proclaman su Reina.
Tú unes cielo y tierra,
Tú, Madre de la Iglesia de la gloria celestial
y de la Iglesia peregrina en el mundo,
haznos constructores incansables del Reino,
llénanos de la pasión del “Da mihi animas”,
haznos signos del amor de Dios para los pequeños y los pobres,
protégenos del enemigo
y en la hora de la muerte llévanos a la vida eterna. Amén.

(Pascual Chávez – Rector Mayor)

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