lunes, 3 de septiembre de 2012

Camino formativo 2011-2012 / 2. Don Bosco, apóstol de la Auxiliadora y del Rosario (don Pierluigi Cameroni)

Camino formativo 2011-2012

2. Don Bosco, apóstol de la Auxiliadora y del Rosario (don Pierluigi Cameroni)

"Todos los que conocieron a Juan de niño, atestiguan su amor a la oración y su gran devoción a la Virgen Santísima. El santo rosario debía serle familiar, puesto que desde los primeros tiempos del Oratorio hasta los últimos años de su vida, quiso que idefectiblemente lo rezaron los jóvenes cada día: nunca admitió que pudiera haber una razón para dispensar a una comunidad de rezarlo. Para él era una práctica de piedad necesaria para llevar una vida virtuosa, como el pan cotidiano para conservarse fuerte y no morir” (MBe I,88)
Juanito Bosco aprendió a amar y a rezar el rosario en la escuela de Mamá Margarita, como él mismo nos dejó escrito: “Su mayor preocupación fue instruir a sus hijos en la religión, enseñarlos a obedecer y ocuparlos en cosas propias de su edad. Desde muy pequeño, ella misma me enseñó las oraciones; apenas fui capaz de unirme a mis hermanos, me arrodillaba con ellos por la mañana y por la noche y, juntos, recitábamos las oraciones y la tercera parte del rosario(Memorias del Oratorio). Mamá Margarita se distingue como maestra de oración; la oración es algo familiar y ocasión de compartir la fe.
Aprendido de su madre, Juanito no se avergonzó de hacer rezar el rosario a sus amigos comenzando con la oración y la catequesis los juegos y las diversiones, iniciando ese estilo educativo que lo llevará a ser pastor de los jóvenes. “ Existe en I Becchi un prado, entonces con diversas plantas de las que todavía queda un peral, que en aquel tiempo me fue muy útil. Ataba a ese árbol una cuerda que anudaba en otro situado a cierta distancia; a continuación, colocaba una mesita con la bolsa y una alfombra en el suelo para dar los saltos. Cuando el conjunto estaba preparado y todos ansiosos por admirar las novedades, antes de nada, los invitaba a recitar la tercera parte del rosario, tras la cual se cantaba una letrilla religiosa. Acabado esto, subía a una silla y bien hacía una plática –mejor dicho, repetía lo que recordaba de la explicación del evangelio que había escuchado por la mañana en la iglesia-, bien contaba hechos o ejemplos oídos o leídos en algún libro. Terminada la plática se hacía una breve oración y enseguida comenzaban las diversiones. En este instante, como antes dije, tendríais que haber visto al orador convertirse en un charlatán de profesión. Hacer la golondrina, ejecutar el salto mortal, caminar con las manos en el suelo y el cuerpo en alto; después, calzar unas alforjas, tragar monedas para irlas a recoger en la punta de la nariz de uno u otro, multiplicar bolas y huevos, transformar el agua en vino, matar y despedazar un pollo para luego hacerle resucitar y cantar mejor que antes, constituían los entretenimientos ordinarios. Andaba sobre la cuerda como por un sendero; saltaba, bailaba y me colgaba ora de un pie, ora de los dos, ya con dos manos, ya con una sola. Tras algunas horas de diversión y cuando ya estaba bien cansado, terminaban los juegos; se efectuaba una corta plegaria y cada cual se volvía a sus asuntos” (Memorias del Oratorio)
Gracias a la oración a María D. Bosco logrará establecer definitivamente el oratorio en Valdocco. Después de tanto peregrinar y ser despedido de varios sitios, finalmente el Domingo de Ramos de 1846 pudo anunciar: “El domingo, el domingo iremos al nuevo oratorio que se encuentra alllá en casa Pinardi, y les señalaba el lugar. Mis palabras fueron escuchadas con el más vivo entusiasmo. Unos corrían y daban saltos de alegría; otros se habían quedado como inmóviles; algunos voceaban, y casi diría lanzaban gritos y chillidos; todos conmovidos y llenos de profunda gratitud, como quien experimenta un gran placer y no sabe el modo de manifestarlo. Para dar gracias a la Santísima Virgen –que había escuchado y acogido las plegarias que, aquella misma mañana, elevamos en la iglesia de la Virgen del Campo-, nos arrodillamos por última vez en aquel prado y recitamos el santo rosario; al final del cual todos volvieron a sus casas” (Memorias del Oratorio).
Al describir las prácticas de piedad más comunes en el oratorio afirma: “Pero lo que más le interesaba a don Bosco era el santo rosario y por eso escribió unas brevísimas consideraciones para cada uno de los quince misterios. Hacía recitar la tercera parte del rosario cada día de fiesta, animando fervorosamente a sus muchachos para que siguieran rezándolo en sus casas, a diario, a ser posible. Él, mientras estuvo solo, rezaba diariamente la tercera parte con su madre; después, al juntarse los primeros muchachos asilados, se rezaba diariamente durante la santa misa. Desde que se abrió el oratorio de Valdocco hasta nuestros días, resonó esta oración tan querida de María y tan eficaz en las horas angustiosas de la Iglesia, dentro de su querido recinto, al despertar de cada aurora. Solo una vez al año, por la tarde de Todos los Santos, se recitó siempre por entero el rosario en sufragio de las almas del purgatorio; y don Bosco no dejó nunca de participar, arrodillado en el presbiterio y dirigiendo él mismo, a menudo, la plegaria” (MBe, 24).
Nos es grato recordar que en I Becchi, aldea natal de D. Bosco, en la planta baja de la casa de su hermano José, en el ángulo oeste de la habitación, se había adaptado un ambiente para capilla y D. Bosco lo dedicó a la Virgen del Rosario. La capillita fue inaugurada el 8 de octubre de 1848. El Santo, hasta 1869, celebró allí anualmente la fiesta de la Virgen del Rosario, solemnizándola con la intervención de la banda musical y del coro de los muchachos de Valdocco. Este local fue el primer centro de culto mariano querido por D. Bosco y testigo privilegiado de los comienzos de la Congregación Salesiana. Aquí, en efecto, el 3 de octubre de 1852, Miguel Rua y José Rocchietti recibieron el hábito clerical. En esta capilla, ciertamente, rezó Domingo Savio el 2 de octubre de 1854, en su primer encuentro con D. Bosco y en los dos años siguientes durante las vacaciones otoñales en I Becchi.
Don Bosco consideraba el rezo del Rosario como uno de los puntos fundamentales de su método educativo.
En febrero de 1848 el marqués Roberto d’Azeglio, amigo personal de Carlos Alberto y senador del Reino, honró con su visita al Oratorio. D. Bosco le acompaño en la visita a la casa. El marqués expresó su complacencia, pero haciendo una reserva: consideró perdido el tiempo empleado en el rezo del rosario.
- Deje ya –decía- de recitar esa antigualla de cincuenta Avemarías ensartadas una tras otra.
- Pues mire, -respondió amablemente D. Bosco-, tengo metida en el alma esta rutina; y puedo decirle que mi institución se apoya en ella: estaría dispuesto a dejar muchas otras cosas muy importantes, antes que esta. Y con la osadía que le caracterizaba, añadió:
- Y hasta si fuere menester, renunciaría a su valiosa amistad, pero no al rezo del santo rosario (Cfr. MBe III, 232)
El santo de los jóvenes ha sido ciertamente uno de los más fervientes defensores de la práctica del rosario para vencer las asechanzas del demonio, para hacer florecer la fe, para conseguir y conservar la pureza en los jóvenes, para defenserse de los errores, para ayudar a la Iglesia: era la cuerda de la salvación con la que atacar, vencer y destruir a todos los demonios del infierno, como expuso al narrar un famoso sueño, del día de la Asunción de 1862: “Quiero contaros un sueño que tuve hace algunas noches. Soñé que me encontraba en compañía de todos los jóvenes en Castelnuovo de Asti, en casa de mi hermano. Mientras todos hacían recreo, vino hacia mí un desconocido y me invitó a acompñarle. Le seguí y me condujo a un prado próximo al patio y allí me señaló entre la hierba una enorme serpiente de siete u ocho metros de longitud y de un grosor extraordinario. Horrorizado al contemplarla, quise huir.
- No, no, me dijo mi acompañante; no huya; venga conmigo y vea.
- Y ¿cómo quiere, respondí, que yo me atreva a acercarme a esa bestia? ¿No sabe que es capaz de lanzarse sobre mí y devorarme en un instante?
- No tenga miedo, no le hará ningún mal; venga conmigo.
- ¡Ah! Exclamé; no soy tan necio como para exponerme a tal peligro.
- Entonces, continuó mi acompañante, aguarde aquí.
Y seguidamente fue en busca de una cuerda y con ella en la mano volvió junto a mí y me dijo:
- Tome esta cuerda por una punta y sujétela bien; yo agarraré el otro extremo y me pondré en la parte opuesta y así la mantendremos suspendida sobre la serpiente.
- ¿Y después?
- Después la dejaremos caer sobre su espina dorsal.
- ¡Ah! No; por favor. ¡Ay de nosotros si lo hacemos! La serpiente saltará enfurecida y nos despedazará.
- No, no; déjeme a mí.
- No, de ninguna manera; no quiero hacer una experiencia que me pueda costar la vida.
Y ya me disponía a huir. Pero él insistió de nuevo, asegurándome que no había nada que temer; que la serpiente no me haría el menor daño. Y tanto me dijo, que me quedé donde estaba, dispuesto a hacer lo que me decía.
Él, entretanto, pasó al otro lado del monstruo, levantó la cuerda y con ella dio un latigazo sobre el lomo del animal. La serpiente dio un salto volviendo la cabeza hacia atrás para morder el objeto que la había herido, pero en lugar de clavar sus dientes en la cuerda, quedó enlazada en ella como en un nudo corredizo. Entonces el desconocido me gritó:
- Sujete bien la cuerda, sujétela bien, que no se le escape.
Y corrió a un peral que había allí cerca, y ató a su tronco el extremo que tenía en la mano; corrió después hacia mí, tomó la otra punta y fue a amarrarla a la reja de una ventana de la casa.
Entre tanto la serpiente se agitaba, movía furiosamente sus anillos y daba tales golpes con la cabeza en el suelo, que sus carnes se rompían saltando a pedazos a gran distancia. Así continuó mientras tuvo vida; y, una vez que hubo muerto, no quedó de ella más que el esqueleto descarnado. Entonces aquel mismo hombre desató la cuerda del árbol y de la ventana, la recogió, formó con ella un ovillo y me dijo:
- ¡Preste atención!
Metió la cuerda en una caja, la cerró, y después de unos momentos, la abrió. Los jóvenes habían acudido a mi alrededor. Miramos el interior de la caja y quedamos maravillados. La cuerda estaba dispuesta de tal manera que formaba las palabras: ¡Ave María!
- Pero, ¿cómo es posible?, dije. Tú metiste la cuerda en la caja a la buena de Dios y ahora aparece de esa manera.
- Mira, dijo él; la serpiente representa al demonio y la cuerda el Ave María, o mejor, el Rosario, que es una serie de Avemarías con el cual y con las cuales se puede derribar, vencer , destuir a todos los demonios del infierno. (MBe VII,208-209).
También la gran empresa misionera que lanzó a los salesianos por el mundo entero está marcada por el rezo del rosario, como vio D. Bosco en uno de sus sueños misioneros: “Y vi que nuestros misioneros avanzaban hacia las hordas de salvajes; les hablaban y ellos escuchaban atentamente su voz; les enseñaban y aprendían prontamente; les amonestaban, y ellos aceptaban y ponían en práctica sus avisos. Seguí observando y me di cuenta de que los misioneros rezaban el santo Rosario mientras los salvajes corrían por todas partes, les abrían paso y contestaban con gusto a aquella plegaria”
(MBe 61)
La devoción al santo Rosario lo acompañó hasta el fin de su vida como afirma este testimonio de 1886: “D. Francesco Cerruti depuso en el proceso informativo sobre su estado de salud en los dos últimos años: ‘Cuando el dolor de cabeza, la fatiga del pecho y los ojos medio apagados no le permitían ocuparse de nada, era doloroso y edificante verlo pasar largas horas sentado en su pobre sofá, en un sitio casi oscuro, porque sus ojos no resistían la fuerza de la luz, y, a pesar de todo siempre tranquilo y sonriente, con el rosario en la mano... Por mi parte estoy íntimamente persuadido de que su vida, particularmente en estos últimos años, fue una continua plegaria a Dios”
(MBe XVIII 232-233).
Oración
¡Oh Rosario bendito de María, dulce cadena que nos une a Dios,
vínculo de amor que nos une con los Ángeles,
muralla salvadora ante los asaltos del infierno,
puerto seguro ante el común naufragio!
Nunca jamás se caerá de nuestras manos.
Tú serás nuestro consuelo en las horas de agonía,
para ti ha de ser el último beso cuando se apague nuestra vida.
La última palabra de nuestros labios será tu dulce nombre,
Reina del Rosario, Madre nuestra querida, Refugio de pecadores,
Consoladora soberana de los tristes.
¡Bendita seas, hoy y siempre, en todo lugar en la tierra y en el cielo
(Beato Bartolo Long

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