Itinerario formativo 2011-2012
11. Don Bosco y la medalla de María Auxiliadora (don Pierluigi Cameroni)
“A los fieles les agrada llevar, la mayoría de las veces al cuello, medallas con la imagen de la Virgen María. Son un testimonio de fe, signo de veneración a la Madre del Señor, y expresión de confianza en su materna protección. La Iglesia bendice estos objetos de piedad mariana, recordando que “sirven para recordar el amor de Dios y aumentar la confianza en la Virgen”, pero recuerda a los fieles que no olviden que la devoción a la Madre de Jesús exige, sobre todo, “un coherente testimonio de vida” (Direttorio su pietà popolare e liturgia n. 206).
Entre estas medallas se cuenta la de María Auxiliadora, propagada por D. Bosco, como modo directo y sencillo de manifestar exteriormente el sentimiento del corazón y el compromiso de vida cristiana. D. Bosco distribuyó a manos llenas, en Italia y en el extranjero, medallas de todos los tamaños con la imagen de María Auxiliadora por una parte y, por la otra la del Santísimo Sacramento o del Sagrado Corazón, haciendo referencia a “las dos columnas” a las que continuamente D. Bosco hacía referencia. El santo aconsejaba llevar siempre consigo esta medalla, besarla en las tentaciones, encomendarse a la Auxiliadora en los peligros. Solía decir: Ponéosla al cuello... acordaos que la Virgen os quiere mucho y pedidle de corazón que os ayude” (MBe III, 47). La medalla de María Auxiliadora no era, para D. Bosco, un amuleto o una costumbre, sino un medio poderoso para recordar a los ojos y al corazón el poder de María y para animar a una constante y filial confianza en Ella. Aconsejaba a D. Cagliero: “¡Tú ya sabes qué hacer para desterrar todo temor... el antídoto acostumbrado: medalla de María Auxiliadora con la jaculatoria: “María auxiliadora de los cristianos, ruega por nosotros”: comunión frecuente; esto es todo!”.
Ante todo la medalla de María Auxiliadora es un arma poderosa contra el pecado, como d. Bosco contaba en unas “Buenas Noches” del 4 de septiembre de 1868: “Hace pocos días había en el hospital una mujer gravemente enferma que no quería confesarse. Aumentaba el peligro de muerte y le propusieron que se llamara a D. Bosco. Ella contestó:
- Venga el que quiera, no me confesaré.
- Fue D. Bosco y en cuanto llegó dijeron a la enferma:
- - ha llegado D. Bosco.
- - Cuando esté curada me confesaré.
- Es que D. Bosco te hará sanar.
- Que en cure y entonces me confesaré.
Como yo tenía en la mano una medalla de María Auxiliadora con un cordoncito, se la presenté. La enferma la tomó, la besó y se l apuso al cuello. Los presentes lloraban de emoción. Hice que salieran aquellas personas; la bendije y ella se santiguó; le pregunté cuánto tiempo hacía que no se confesaba y se confesó. Cuando terminó, me dijo:
- ¿Qué le parece? Hace poco no quería confesarme y me he confesado. Estaba contenta.
- Pues yo no sé qué decir, le respondí: mire, es la Santísima Virgen, que quiere que se salve. Y la dejé con los sentimientos de una buena cristiana.
- Venga el que quiera, no me confesaré.
- Fue D. Bosco y en cuanto llegó dijeron a la enferma:
- - ha llegado D. Bosco.
- - Cuando esté curada me confesaré.
- Es que D. Bosco te hará sanar.
- Que en cure y entonces me confesaré.
Como yo tenía en la mano una medalla de María Auxiliadora con un cordoncito, se la presenté. La enferma la tomó, la besó y se l apuso al cuello. Los presentes lloraban de emoción. Hice que salieran aquellas personas; la bendije y ella se santiguó; le pregunté cuánto tiempo hacía que no se confesaba y se confesó. Cuando terminó, me dijo:
- ¿Qué le parece? Hace poco no quería confesarme y me he confesado. Estaba contenta.
- Pues yo no sé qué decir, le respondí: mire, es la Santísima Virgen, que quiere que se salve. Y la dejé con los sentimientos de una buena cristiana.
Pongamos, pues, toda nuestra confianza en María, y quien no lleve aún su medalla al cuello póngasela; y por la noche, y en las tentaciones, besémosla y experimentaremos una gran ayuda para nuestra alma” (MBe IX 314-315). Contra el pecado de la incredulidad, escudo invencible: la Medalla de María Auxiliadora.
También en el comienzo del Instituto de las Hijas de María Auxiliadora, esta presente este signo, antes aun que D. Bosco y María Mazzarello se conocieran personalmente, como queriendo significar que es la Virgen quien une espiritual y apostólicamente a estos dos grandes educadores y evangelizadores de los jóvenes. “Así estaban las cosas cuando D. Domingo Pestarino fue al Oratorio por vez primera. D. Bosco oyó con gusto el relato de la vida ejemplar de las dos campesinas y D. Domingo, a su vuelta, llevó dos medallas de la Virgen, una para María y otra para Petronila, y les dijo:
- Os las manda D. Bosco, y me ha encargado que os diga en su nombre, que las llevéis con devoción, porque os librarán de muchos males, y os ayudarán en todas las vicisitudes de la vida. Me ha dicho también que os recomiende que recéis mucho, pero que sobre todo procuréis impedir la ofensa de Dios, aunque solo fuera un pecado venial.
- Las dos jóvenes no conocían a D. Bosco, pero supieron por D. Domingo que era un santo sacerdote que trabajaba en favor de la juventud. El Santo quizá vio ya en María Mazzarello la piedra fundamental del instituto que él fundaría para las niñas; sin embargo, guardó sobre este proyecto una prudente reserva.
- La medalla regalada fue como un premio a la labor que desarrollaban: y las recomendaciones, la primera prueba de los paternales cuidados que el Santo dispensaría al nuevo instituto” (MBe IX 553-554).
Interesa recordar que María Auxiliadora era invocada especialmente por su eficaz intercesión en los grandes desastres naturales: terremotos, erupciones volcánicas, epidemias, tempestades, como para 9ndicar que las victorias sobre los elementos de la naturaleza eran un signo de su poderosa y más eficaz victoria de la gracia sobre el pecado.
“Es realmente sorprendente el tono de seguridad con que el Santo prometía la preservación (del cólera) también a los franceses. Había escrito el día 1 de julio a D. José Ronchail, director de la casa de Niza: ‘Parece que Dios quiere hacernos una visita. Procura que nuestros muchachos y amigos lleven consigo el antídoto seguro del cólera: la medalla de María Auxiliadora y recen María Auxilium Christianorum, ora pro nobis’. Pues bien, el día 18 de agosto podía escribir a la señorita Louvet: Tengo una buena noticia que darle. Todas las casas de Francia, todos los bienhechores de nuestros jovencitos, gracias a María Auxiliadora, han sido preservados del azote que aflige a Francia” (MBe XVII 209-212).
“Por aquellos mismos días se informó a D. Bosco de otros hecho en el que se vio la intervención de María Auxiliadora. Una espantosa erupción del Etna había sembrado el terror en las muchas poblaciones que vivían tranquilamente asentadas en las laderas del famoso volcán. El pueblo más amenazado fue Nicolosi, municipio con casi cuatro mil habirantes. Se calculaba que la lava corría por aquella vertiente entre cincuenta y sesenta metros por hora. Invadía pinares, castañares, y terrenos cultivados y los dejaba abrasados y destruidos. Los habitantes habían abandonados us casas. En tan terrible situación, las Hijas de María Auxiliadora de Catania y Agira escribieron a D. Bosco, rogándole les sugiriera algún medio para conjurar el peligro. D. Bosco respondió que sinpérdida de tiempo, esparcieran por el lugar medallas de María Auxilaidora y, en tanto, que él las bendecía y rezaba por ellas.
Cuando el párroco recibió las medallas d elas Hermanas fue a espacirlas acá y allá lo má arriba que pudo. ¡Fue algo admirable! Se hubiera dicho que las medallas pusieron límites a la ardiente lava que detuvo su avance. ‘La lava ha llegado a trescientos metros del pueblo y allí ha quedado detenida en la pendiente que domina el pueblo’. Y hay que advertir que la corriente de fuego “detenida en la pendiente” seguía, por así decirlo, en su estado líquido y la erupción continuaba aumentándola. Los hombres de ciencia que la población de Nicolosi estaba irremisiblemente perdida. Hasta la anticlericalísima Gazzetta di Catania publicó la noticia, precisando el punto donde s ehabáia detenido la lava y, designando el fenómeno por su verdadero nombre, se expresaba así: ‘En Altarelli, se difurcó la lava dejándolo incólume. Milagro’. Todavía hoy se ve toda aquella masa acumulada sobre sí misma y petrificada como para atestiguar la perenne memoria del prodigio” (MBe XVIII 139-140).
D. Bosco confiaba tanto en este medio que obtuvo del Señor, como para otras cosas, el don de la multiplicación, siempre que se tratar del bien d elas almas: “D. Belmonte, director d ela casa de Sampierdarena, atestiguó que en San Siro ocurrió un hecho maravilloso. D. Bosco distribuía medallas de María Auxiliadora en la sacristía, pero cuando s ele acabaron se dirigió a él y le preguntó si había llevado más. El director le dio unas cuarenta o quizá menos. Entonces el Santo siguió repartiendo. El lugar estaba atestado de gente y daba sin cesar a cuantos alargaban la mano. D. Domingo Belmonte y el señor Dufour, que estaba al lado, no podían creer a sus propios ojos; se repartieron ciertamente varios centenares de medallas, quizás mil. Sin una multiplicación milagrosa aquello no hubiera sido posible” (MBe XVIII 47).
¡Llevemos con fe y amor la medalla de María Auxiliadora: seremos embradores de la paz de Cristo!
CONSAGRACIÓN A MARÍA AUXILIADORA Santísima Virgen María, constituida por Dios Auxiliadora de los cristianos,
nosotros te elegimos como Dueña y Señora de esta casa.
Te suplicamos que muestres en ella tu auxilio poderoso.
Presérvala de terremotos, de ladrones, de malvados, de incursiones, de la guerra
y de cualquier otra calamidad que tú conoces.
Bendice, protege, defiende, guarda como cosa tuya a las personas que viven en ella,
presérvalas de cualquier desgracia e infortunio,
pero sobre todo, concédeles la gracias de evitar el pecado.
María Auxiliadora de los Cristianos, ruega por los que habitan esta casa
que se te ha consagrado a ti para siempre.
¡Amén!
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