Camino formativo 2011-2012
3. Don Bosco y la Basílica de María Auxiliadora (D. Pierluigi Cameroni)
Historia de la construcción - A principio de 1860 D. Bosco soñaba con la construcción de una iglesia de mayor capacidad que la de S. Francisco de Sales. Tenía diversos motivos; uno de ellos, y no el menos importante era la estrechez de esta última. Así le hablaba a D. Pablo Albera una tarde de diciembre de 1862: “he confesado tanto que, la verdad, casi no sé lo que he dicho o hecho. Tanto me preocupaba una idea que me distraía y me sacaba de quicio. Yo pensaba: nuestra iglesia es demasiado pequeña, no caben en ella todos los muchachos y están apiñados unos sobre otros. Por consiguiente, haremos otra más bonita y más amplia, que sea magnífica. Le daremos el título de: Iglesia de María Auxiliadora. No tengo un céntimo, no sé de dónde sacaré el dinero, pero eso no importa. Si Dios la quiere, se hará” (MBe 287-288). Con ese plural “haremos”, dicho a uno que había de ser su segundo sucesor, nos da a entender que él miraba más allá de la propia obra, comprometiendo también a quienes le habían de suceder. En efecto, si los dos primeros adjetivos estaban bien aplicados a la forma primitiva de la iglesia, el tercero debía llegar a completarse más tarde. Algún tiempo después, hablando del mismo tema con el clérigo Anfossi, se expresaba del modo siguiente: “La iglesia será muy amplia. Muchos acudirán a aquí para invocar a la Virgen María”. Palabras que saben a profecía. Veía también la conveniencia de ofrecer un lugar del culto a la gente de los alrededores porque Valdocco, de periferia casi rural se había convertido en barrio urbano. Los cinco proyectos para la nueva iglesia firmados por D. Bosco y el ingeniero Spezia, se presentaron a las autoridades competentes el 14 de mayo de 1864: se trataba de los “planos de una Iglesia dedicada a María Auxilium Christianorum que se edificaría en Valdocco (Turín) con las ofertas de los fieles”. El proyecto de la Iglesia de María Auxiliadora tiene un parecido con la basílica veneciana de San Jorge Mayor (1506) del arquitecto véneto Andrea Palladio (1508-1580). El propósito de D. Bosco al afrontar esta construcción estaban claros: quería una iglesia grandiosa, como monumento a la Virgen María, y signo claro de su poder para ayudar a la Iglesia, como en tiempos de Lepanto o en los de la prisión de Pío VII. Al exponer al ingeniero Spezia el proyecto, D. Bosco quería que “fuese de tales proporciones que pudiese acoger gran número de files, y rindiese el honor debido la Augusta Reina del Cielo” (D, LEMOYNE, Torino 1909, p. 466). La construcción, desde la colocación de la primera piedra (27 de abril de 1865), con vicisitudes diversas, pudo finalmente concluirse en 1868 y consagrarse en ese mismo año.
Decoración – D. Bosco tenía en su mente un preciso proyecto iconográfico: pretendía, mediante las cuadros que habían de presidir los altares, comunicar contenidos doctrinales, presentar a los fieles no solo los santos a los que dirigir sus oraciones, sino ejemplos que imitar. En junio de 1868 ya estaba en su sitio el cuadro del altar mayor, del pintor Tomás Lorenzone; faltaban los otros cuatro que debían presidir otros tantos altares menores, pero en el transcurso de siete años, en 1875, el proyecto acabó completándose. El altar del ala izquierda estaba (y está actualmente) dedicado a S. José, “Esposo de la Madre de Dios”. El del ala derecha tenía un altar dedicado a S. Pedro (hoy el altar está dedicado a D. Bosco); el tema del cuadro era la entrega de las llaves simbólicas al santo por parte de Jesús. Yendo hacia el fondo, se encontraba el altar dedicado a Santa Ana, que la representaba enseñando a leer a María niña. A la izquierda de la puerta principal había un altar dedicado a los Sagrados Corazones de Jesús y María. Los frescos que adornan la bóveda y las paredes eran obra del pintor José Rollini con escenas alegóricas, El último trabajo, realizado después de la muerte de D. Bosco, fue la decoración de la cúpula representando la gloria de la Auxiliadora.
Corazón del oratorio – A D. Bosco le apremiaba que “la iglesia de María Auxiliadora fuese de verdad el corazón del Oratorio. Bullían ya en su mente diversas actividades que a la sombra de su cúpula habían de llevarse a cabo por muchísimas personas; pregustaba la alegría que habría de experimentar al ver reunidos a todos bajo sus bóvedas formando un único coro para cantar las grandezas de Señor y de su Madre, y saciando la sed de sus almas en las fuentes de la gracia; se representaba la concurrencia general para celebrar solemnemente las fiestas principales, con la magnificencia de las ceremonias. El concierto de sus campanas recrearía y alegraría los espíritus como armonías descendidas de los cielos; por sus puertas siempre abiertas pasarían grandes y pequeños durante todo el día para orar ante al Sagrario y el cuadro de la bienaventurada Virgen María. Pontificales magníficos; funciones cotidianas realizadas no solo con unción sacerdotal, sino también con la devota participación de nutridos grupos de jóvenes y exposición abundante de la divina palabra.
En resumen, una vez erigida la grandiosa casa de Dios, veía dentro de ella, piedad, y fuera, admiración festiva, y en todas partes serenidad de pensamiento y alegría de vivir, y allá en lo alto la Virgen en actitud de bendecir y recordando a todos: “Yo estoy aquí arriba para ver y escuchar a todos mis hijos del oratorio” (EUGENIO CERIA, Annali della società salesiana, I pp. 88-89).
Iglesia-madre de los Salesianos - Una iglesia de tales dimensiones tenía que obrar un cambio en el lugar donde se alzaba. Los jóvenes salesianos que veían cómo se iban levantando las paredes, no podían menos de pensar que el oratorio iba a transformarse en algo más grande y mejor que un simple hospicio para muchachos pobres. D. Bosco, de vez en cuando, descorría un poco el velo que ocultaba ese futuro y sus salesianos alimentaban el vago presentimiento de ser los pioneros llamados a formar parte de una obra extraordinaria. Él pretendía encender un místico fuego en el que se habrían de abrasar y volverían a templarse generaciones de obreros evangélicos, enviados a trabajar en la viña del Señor. “¿Sabes otra razón para edificar una nueva iglesia?, preguntó a otro de sus clérigos, D. Cagliero. “Creo, respondió Cagliero, que será la iglesia madre de nuestra futura congregación y el centro de donde surgirán todas nuestras obras en favor de la juventud”. “Lo has adivinado, me dijo: María Santísima es la fundadora y la sostenedora de nuestras obras” (MBe VII, 288).
Centro carismático y taumatúrgico – “La construcción del templo es algo más que un trabajo técnico, o preocupación por los planos, los materiales y la financiación. Representa para D. Bosco una experiencia espiritual y una maduración de su mentalidad pastoral. D. Bosco ronda los 45-50 años, los años de su madurez sacerdotal y de una consolidada proyección social, con algunas obras ya organizadas y otras apenas iniciadas. Al final de la construcción, algo se ha transformado en él. ¿Razones? En primer lugar porque la realización supera la idea primitiva: de una iglesia para su casa, su barrio y su congregación, va tomando cuerpo la idea de un santuario, meta de peregrinaciones, centro de culto y punto de referencia para una familia espiritual. La realidad ha crecido entre sus manos. Además, los problemas económicos se han resuelto con gracias y milagros que estimularon una generosidad no prevista entre el pueblo. Todo esto hizo que en D. Bosco arraigara la convicción de que “María se había edificado su casa”, “que cada ladrillo había correspondido a una gracia”. La construcción se concluye en solo tres años y los gastos vienen a sumarse a los necesarios para mantener a tantos muchachos. En el origen del santuario de Valdocco no hay, como en otros lugares marianos, una aparición o un milagro. Pero el templo mismo acaba siendo un complejo lugar “taumatúrgico”. Un sacerdote de aquellos tiempos, el teólogo Margotti, afirmó: “Dicen que D. Bosco hace milagros. No lo creo. Pero aquí ha habido uno que no puedo negar: ¡es este suntuoso templo que ha costado millones y ha sido construido en sólo tres años con las ofertas de los fieles!”. Durante su construcción nació y creció la fama de D. Bosco, autor de milagros y su nombre comienza a ser conocido más allá del Piamonte: de un sacerdote conocido solo en su tierra, pasa a ser un personaje símbolo de la novedad pastoral de la Iglesia. Él siente la responsabilidad de esta fama de “hacedor de milagros” y consulta a un teólogo, Mons. Bertagna, ¡si debe continuar impartiendo la bendición de María Auxiliadora! La respuesta es afirmativa. La construcción coincide y es seguida por la fundación del Instituto de las Hijas de María Auxiliadora. Ellas representan la ampliación del carisma al mundo femenino, con el enriquecimiento consiguiente; sucede lo mismo con otra fundación, la archicofradía de María Auxiliadora y, junto a los Cooperadores, la ampliación al mundo laical. Comienza entonces la expansión de la Congregación. Tendrá su manifestación más vistosa en la las expediciones misioneras, que parten desde el santuario. Vino, como consecuencia, la apertura apostólica: de un instituto educativo a una pastoral popular con elementos típicos: la predicación, los sacramentos, la práctica de la caridad a través de ofertas materiales y la participación en actividades caritativas. Siguió también el esfuerzo sistemático por las vocaciones adultas denominado “Obra de María Auxiliadora”. Sin absolutizar la afirmación, pude decirse que D. Bosco comenzó la construcción como director de una obra y la acabó como jefe carismático de un gran movimiento todavía en germen, pero ya definido en la finalidad y en sus rasgos distintivos; la comenzó como sacerdote original de Turín y la acabó como apóstol de la Iglesia; pasó de la ciudad al mundo. Si la experiencia del oratorio había producido como resultado positivo la praxis pedagógica, la obra del santuario hizo que surgiera en el trabajo salesiano una visión de Iglesia, como pueblo extendido por toda la tierra, en lucha contra el poder del mal: perspectiva que presentará, de forma distinta, en el sueño de las dos columnas (1862) representado actualmente en una pintura en la pared del fondo del santuario. Creó un estilo pastoral compuesto de audacia y confianza: saber comenzar con poco, ser muy osado cuando se trata del bien, y avanzar confiando siempre en el Señor. Grabó una convicción en el corazón de la congregación: “Propagad la devoción a María Auxiliadora y veréis lo que son milagros”, en todos los campos, económicos, sociales, pastorales, educativos” (JUAN VECCHI, Spiritualità Salesiana. Temi fondamentali, Elledici, Torino 2001, pp. 228-230).
Una iglesia milagrosa: milagrosa por haberle sido mostrada mucho tiempo antes al Santo en el lugar y en la forma; milagrosa en su construcción, porque a D. Bosco, pobre y padre de pobres, solo los medios de la Providencia le permitieron levantarla; milagrosa, por el río de gracias que jamás ha cesado de fluir de ella como de fuente inagotable; milagrosa, en fin, por las restauraciones que los sucesores de D. Bosco han siempre emprendido y realizado de modo poco menos que increíble.
Decoración – D. Bosco tenía en su mente un preciso proyecto iconográfico: pretendía, mediante las cuadros que habían de presidir los altares, comunicar contenidos doctrinales, presentar a los fieles no solo los santos a los que dirigir sus oraciones, sino ejemplos que imitar. En junio de 1868 ya estaba en su sitio el cuadro del altar mayor, del pintor Tomás Lorenzone; faltaban los otros cuatro que debían presidir otros tantos altares menores, pero en el transcurso de siete años, en 1875, el proyecto acabó completándose. El altar del ala izquierda estaba (y está actualmente) dedicado a S. José, “Esposo de la Madre de Dios”. El del ala derecha tenía un altar dedicado a S. Pedro (hoy el altar está dedicado a D. Bosco); el tema del cuadro era la entrega de las llaves simbólicas al santo por parte de Jesús. Yendo hacia el fondo, se encontraba el altar dedicado a Santa Ana, que la representaba enseñando a leer a María niña. A la izquierda de la puerta principal había un altar dedicado a los Sagrados Corazones de Jesús y María. Los frescos que adornan la bóveda y las paredes eran obra del pintor José Rollini con escenas alegóricas, El último trabajo, realizado después de la muerte de D. Bosco, fue la decoración de la cúpula representando la gloria de la Auxiliadora.
Corazón del oratorio – A D. Bosco le apremiaba que “la iglesia de María Auxiliadora fuese de verdad el corazón del Oratorio. Bullían ya en su mente diversas actividades que a la sombra de su cúpula habían de llevarse a cabo por muchísimas personas; pregustaba la alegría que habría de experimentar al ver reunidos a todos bajo sus bóvedas formando un único coro para cantar las grandezas de Señor y de su Madre, y saciando la sed de sus almas en las fuentes de la gracia; se representaba la concurrencia general para celebrar solemnemente las fiestas principales, con la magnificencia de las ceremonias. El concierto de sus campanas recrearía y alegraría los espíritus como armonías descendidas de los cielos; por sus puertas siempre abiertas pasarían grandes y pequeños durante todo el día para orar ante al Sagrario y el cuadro de la bienaventurada Virgen María. Pontificales magníficos; funciones cotidianas realizadas no solo con unción sacerdotal, sino también con la devota participación de nutridos grupos de jóvenes y exposición abundante de la divina palabra.
En resumen, una vez erigida la grandiosa casa de Dios, veía dentro de ella, piedad, y fuera, admiración festiva, y en todas partes serenidad de pensamiento y alegría de vivir, y allá en lo alto la Virgen en actitud de bendecir y recordando a todos: “Yo estoy aquí arriba para ver y escuchar a todos mis hijos del oratorio” (EUGENIO CERIA, Annali della società salesiana, I pp. 88-89).
Iglesia-madre de los Salesianos - Una iglesia de tales dimensiones tenía que obrar un cambio en el lugar donde se alzaba. Los jóvenes salesianos que veían cómo se iban levantando las paredes, no podían menos de pensar que el oratorio iba a transformarse en algo más grande y mejor que un simple hospicio para muchachos pobres. D. Bosco, de vez en cuando, descorría un poco el velo que ocultaba ese futuro y sus salesianos alimentaban el vago presentimiento de ser los pioneros llamados a formar parte de una obra extraordinaria. Él pretendía encender un místico fuego en el que se habrían de abrasar y volverían a templarse generaciones de obreros evangélicos, enviados a trabajar en la viña del Señor. “¿Sabes otra razón para edificar una nueva iglesia?, preguntó a otro de sus clérigos, D. Cagliero. “Creo, respondió Cagliero, que será la iglesia madre de nuestra futura congregación y el centro de donde surgirán todas nuestras obras en favor de la juventud”. “Lo has adivinado, me dijo: María Santísima es la fundadora y la sostenedora de nuestras obras” (MBe VII, 288).
Centro carismático y taumatúrgico – “La construcción del templo es algo más que un trabajo técnico, o preocupación por los planos, los materiales y la financiación. Representa para D. Bosco una experiencia espiritual y una maduración de su mentalidad pastoral. D. Bosco ronda los 45-50 años, los años de su madurez sacerdotal y de una consolidada proyección social, con algunas obras ya organizadas y otras apenas iniciadas. Al final de la construcción, algo se ha transformado en él. ¿Razones? En primer lugar porque la realización supera la idea primitiva: de una iglesia para su casa, su barrio y su congregación, va tomando cuerpo la idea de un santuario, meta de peregrinaciones, centro de culto y punto de referencia para una familia espiritual. La realidad ha crecido entre sus manos. Además, los problemas económicos se han resuelto con gracias y milagros que estimularon una generosidad no prevista entre el pueblo. Todo esto hizo que en D. Bosco arraigara la convicción de que “María se había edificado su casa”, “que cada ladrillo había correspondido a una gracia”. La construcción se concluye en solo tres años y los gastos vienen a sumarse a los necesarios para mantener a tantos muchachos. En el origen del santuario de Valdocco no hay, como en otros lugares marianos, una aparición o un milagro. Pero el templo mismo acaba siendo un complejo lugar “taumatúrgico”. Un sacerdote de aquellos tiempos, el teólogo Margotti, afirmó: “Dicen que D. Bosco hace milagros. No lo creo. Pero aquí ha habido uno que no puedo negar: ¡es este suntuoso templo que ha costado millones y ha sido construido en sólo tres años con las ofertas de los fieles!”. Durante su construcción nació y creció la fama de D. Bosco, autor de milagros y su nombre comienza a ser conocido más allá del Piamonte: de un sacerdote conocido solo en su tierra, pasa a ser un personaje símbolo de la novedad pastoral de la Iglesia. Él siente la responsabilidad de esta fama de “hacedor de milagros” y consulta a un teólogo, Mons. Bertagna, ¡si debe continuar impartiendo la bendición de María Auxiliadora! La respuesta es afirmativa. La construcción coincide y es seguida por la fundación del Instituto de las Hijas de María Auxiliadora. Ellas representan la ampliación del carisma al mundo femenino, con el enriquecimiento consiguiente; sucede lo mismo con otra fundación, la archicofradía de María Auxiliadora y, junto a los Cooperadores, la ampliación al mundo laical. Comienza entonces la expansión de la Congregación. Tendrá su manifestación más vistosa en la las expediciones misioneras, que parten desde el santuario. Vino, como consecuencia, la apertura apostólica: de un instituto educativo a una pastoral popular con elementos típicos: la predicación, los sacramentos, la práctica de la caridad a través de ofertas materiales y la participación en actividades caritativas. Siguió también el esfuerzo sistemático por las vocaciones adultas denominado “Obra de María Auxiliadora”. Sin absolutizar la afirmación, pude decirse que D. Bosco comenzó la construcción como director de una obra y la acabó como jefe carismático de un gran movimiento todavía en germen, pero ya definido en la finalidad y en sus rasgos distintivos; la comenzó como sacerdote original de Turín y la acabó como apóstol de la Iglesia; pasó de la ciudad al mundo. Si la experiencia del oratorio había producido como resultado positivo la praxis pedagógica, la obra del santuario hizo que surgiera en el trabajo salesiano una visión de Iglesia, como pueblo extendido por toda la tierra, en lucha contra el poder del mal: perspectiva que presentará, de forma distinta, en el sueño de las dos columnas (1862) representado actualmente en una pintura en la pared del fondo del santuario. Creó un estilo pastoral compuesto de audacia y confianza: saber comenzar con poco, ser muy osado cuando se trata del bien, y avanzar confiando siempre en el Señor. Grabó una convicción en el corazón de la congregación: “Propagad la devoción a María Auxiliadora y veréis lo que son milagros”, en todos los campos, económicos, sociales, pastorales, educativos” (JUAN VECCHI, Spiritualità Salesiana. Temi fondamentali, Elledici, Torino 2001, pp. 228-230).
Una iglesia milagrosa: milagrosa por haberle sido mostrada mucho tiempo antes al Santo en el lugar y en la forma; milagrosa en su construcción, porque a D. Bosco, pobre y padre de pobres, solo los medios de la Providencia le permitieron levantarla; milagrosa, por el río de gracias que jamás ha cesado de fluir de ella como de fuente inagotable; milagrosa, en fin, por las restauraciones que los sucesores de D. Bosco han siempre emprendido y realizado de modo poco menos que increíble.
Oración a María Auxiliadora
venerada en su Basílica de Turín
Dios Padre, que para tu gloria y la exaltación de la Virgen María,
inspiraste a tu fiel siervo S. Juan Bosco
levantar este templo en honor de la Madre de Dios,
invocada como “Auxiliadora de los cristianos”,
escucha nuestra oración confiada.
El apóstol de la Auxiliadora estaba convencido
de que la Virgen se había construido su casa,
que esta era su casa y que de aquí saldría su gloria,
que cada piedra y adorno había sido una gracia de María.
También nosotros proclamamos con alegría
que María es la casa de oro adornada con los dones del Espíritu,
la sala regia iluminada por el Sol de justicia,
la ciudad santa alegrada por ríos de gracia,
el arca de la alianza que contiene al autor de la nueva ley, Jesús Salvador del mundo.
Te suplicamos que conservando íntegra la gracia del Bautismo,
lleguemos a ser tus adoradores en espíritu y verdad
para ser piedras vivas en el templo de tu gloria.
Por nuestro Señor Jesucristo, tu hijo, que es Dios,
y vive y reina en unidad del Espíritu Santo, por los siglos de los siglos. Amén.
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